Es el término cariñoso y un poco irónico con el que en Aysén llaman a los autos viejos que sobreviven las duras carreteras sureñas. Suenan como una cacerola al moverse pero nunca te dejan botado.
Oye viejo, la caila sigue más viva que nunca aunque parezca que va a desarmarse en cada bache.