Es sentir un malestar o resaca tan brutal después de una fiesta que hasta el más fuerte se sentiría como un osezno indefenso. Un estado post-rumba donde la cabeza parece tambor y ni con sopa de mariscos te recuperas.
Después de la rumba en la playa, amanecí enguayabinado que ¡ni el agua bendita me salva!